martes, 8 de septiembre de 2009

La histerectomía y la psicologia

La histerectomía es una operación quirúrgica consistente en la extirpación del la matriz. Según lo referido en literatura especializada, las mujeres que son sometidas a este tipo de operaciones tienen repercusiones de tipo psicológico.

Para la mujer el valor simbólico del útero y el papel fisiológico que juega este órgano en la sexualidad femenina es de gran importancia. La pérdida del útero a menudo despierta sentimientos ambivalentes conscientes o inconscientes vinculados con su valor simbólico. Por ejemplo, se han encontrado que la preocupación por la pérdida de los órganos reproductivos es mayor que la relacionada con la pérdida de otros órganos intra-abdominales. La pérdida de los órganos reproductivos puede desorganizar el yo, afectando subsecuentemente las actitudes hacia la integridad corporal, la atracción sexual, y el concepto sobre la propia feminidad como una reacción a la pérdida de la capacidad de tener niños.

Estas mujeres pueden llegar a manifestar síntomas emocionales como ansiedad, intranquilidad, insomnio, preocupaciones y pensamientos depresivos. La depresión es aparentemente precipitada por un evento traumático (la histerectomía), visto por la mujer como una amenaza a su autoestima, a su autoimagen y a su rol social preoperatorio.

Las mujeres sometidas a este tipo de intervenciones médicas presentan fantasías relacionadas con varios aspectos, entre las fantasías más frecuentemente, estan: de mal desempeño sexual en el futuro: "no seré útil para los hombres”; de desvalorización: "una ya no es más mujer"; de vacío corporal: "me van a destripar la matriz, me subirá la tensión porque no tendré regla”.

Este tipo de operaciones puede crear en la mujer una serie de pensamientos e ideas que le generaran conflictos emocionales de consideración, como lo expone el siguiente testimonio.

“me siento una persona incompleta después de que me quitaron la matriz y los ovarios, siento que ya no le soy útil sexualmente a mi esposo y creo que debido a eso mi esposo puede pecar, pienso que debido a eso puede pecar con otra persona por su necesidad, he soñado que dice que me va a dejar, por eso de que ya no tenemos vida íntima, desde la operación ya casi no tenemos vida íntima”.

Los elementos anteriormente descritos se pueden relacionar directamente con síntomas de ansiedad y tristeza.

Por otra parte, Álvarez y Cruz, citan a autores como Roeske (1978), y Malcolm Malcolm (1993) quienes señalan los siguientes factores relacionados con un mal pronóstico para la salud mental después de una histerectomía.

• Identidad de sexo (las hiperfemeninas tienen un peor manejo),
• reacciones adversas previas al estrés,
• episodios depresivos previos,
• depresión u otra enfermedad mental en la familia de origen,
• antecedente de síntomas físicos múltiples (sobre todo lumbar),
• muchas hospitalizaciones y cirugías,
• edad inferior a los 35 años en el momento de la histerectomía,
• deseo de un hijo o más,
• anticipación de que la cirugía producirá una pérdida de interés y satisfacción en el coito,
• actitud negativa del esposo u otra persona importante hacia la histerectomía,
• insatisfacción e inestabilidad maritales,
• actitudes culturales y religiosas desaprobatorias,
• falta de compromiso vocacional o recreativo.

Sobre la violencia intrafamiliar y otras definiciones

De la revisión de bibliografía relacionada con el tema de la violencia familiar, se puede encontrar uno con que diversos autores e instituciones nacionales e internacionales la han nombrado de diferentes formas, se puede encontrar cono violencia intrafamiliar, violencia doméstica, violencia de género, violencia hacia la mujer, violencia contra la mujer infringida por su pareja, etc. En el Informe del “Estudio multipaís de la OMS sobre salud de la mujer y violencia domestica” de la Organización Mundial de la salud se define a la violencia contra la mujer infringida por su pareja como “la violencia física, sexual y psíquica y los comportamientos dominantes por parte de sus parejas actuales o anteriores y comprende su situación actual de las mujeres como sus experiencias anteriores”.

En dicho informe se analiza los diferentes tipos de violencia, de los cuales se hace la siguiente clasificación:

La violencia física se define en función de la siguiente lista de actos violentos infligidos por la pareja, donde la mujer había sido:
• abofeteada o le habían arrojado algún objeto que pudiera herirla;
• empujada o le habían tirado del cabello;
• golpeada con el puño u otra cosa que pudiera herirla;
• golpeada con el pie, arrastrada o había recibido una paliza;
• estrangulada o quemada a propósito;
• amenazada con una pistola, un cuchillo u otra arma o se había utilizado cualquiera de estas armas contra ella.

La violencia sexual se define en función de los tres comportamientos siguientes:

• ser obligada a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad;
• tener relaciones sexuales por temor a lo que pudiera hacer su pareja;
• ser obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o humillante.

Haciendo mención de que se puede considerar que el maltrato psíquico puede ser más devastador que la violencia física. Los actos específicos de maltrato psíquico infligido por la pareja que se mencionan son los siguientes:

• ser insultada o hacerla sentirse mal sobre ella misma;
• ser humillada delante de los demás;
• ser intimidada o asustada a propósito (por ejemplo, por una pareja que grita y tira cosas);
• ser amenazada con daños físicos (de forma directa o indirecta, mediante la amenaza de herir a alguien importante para la mujer).

Finalmente se menciona que los hombres que infligen maltratos psíquicos a sus parejas también registran un porcentaje elevado de comportamiento dominante, mismo que se presenta de la siguiente manera:

• impedirle ver a sus amigas;
• limitar el contacto con su familia carnal;
• insistir en saber dónde está en todo momento;
• ignorarla o tratarla con indiferencia;
• enojarse con ella si habla con otros hombres;
• acusarla constantemente de serle infiel;
• controlar su acceso a la atención para la salud.


En el Informe Mundial Sobre la Violencia y la Salud de la OMS, se hace un resumen, basado en datos de la bibliografía científica, las consecuencias que se han asociado con la violencia masculina en la pareja. Las cuales son presentadas de la siguiente forma:

Físicas
Lesiones abdominales y torácicas, moretones e hinchazón, síndromes de dolor crónico, discapacidad, fibromialgia, fracturas, trastornos del aparato digestivo, síndrome del colon irritable, desgarros y abrasiones, lesiones oculares, mengua de las funciones físicas.

Sexuales y reproductivas
Trastornos del aparato genital, esterilidad, enfermedad inflamatoria de la pelvis, complicaciones del embarazo, aborto espontáneo, disfunción sexual, enfermedades de transmisión sexual, entre ellas la infección, por el VIH/SIDA, aborto practicado en condiciones peligrosas, embarazo no deseado.

Psíquicas y del comportamiento
Abuso de alcohol y otras drogas, depresión y ansiedad, trastornos de los hábitos alimentarios y del sueño, sentimientos de vergüenza y culpabilidad, fobias y trastorno por pánico, inactividad física, poca autoestima, trastorno por estrés postraumático, trastornos psicosomáticos, hábito de fumar, comportamiento suicida y daño autoinfligido, comportamiento sexual riesgoso.

Consecuencias mortales
mortalidad relacionada con el SIDA, mortalidad materna, homicidio, suicidio.

El efecto de la prisión en los reclusos

Cuando una persona es ingresada a una institución carcelaria va a sufrir una experiencia traumatizante que va alterar su estado emocional de manera inevitable. Este fenómeno ha sido estudiado a lo largo del tiempo por muchos investigadores y se le ha denominado de diferentes maneras entre ellas “carcelazo”, efecto de prisionización, e incluso se ha descrito como un proceso de duelo por la pérdida de la libertad.

El término carcelazo de usa en el ámbito de la criminalística e incluso es conocido así por los mismos reclusos, Pablo Rojas afirma que: “la cotidianeidad de la cárcel “es brutal”, y que no hay nadie exento del “carcelazo”, como se le dice en el argot carcelario a la depresión producto de vivir encerrado”. En el mismo sentido Víctor A. Payá considera que: “Es usual que, cuando los familiares se retiran del penal, el estado de ánimo del prisionero decaiga. Los internos saben bien de este problema depresivo al que denominan con el apelativo de “carcelazo”.

Elena Azaola y Cristina J. Yacamán, consideran en su libro Las mujeres olvidadas que “es preciso tomar en cuenta que las mujeres que pierden su libertad necesariamente atraviesa por un proceso de duelo que se traduce en apatía, depresión, angustia y rebeldía, proceso que inevitablemente la coloca en una posición de conflicto”.

En el trabajo “Encierro y resistencia en las cárceles de mujeres en Argentina” sus autoras describen el duelo por la pérdida de la libertad, de la siguiente manera:

La vida cotidiana, la del afuera antes del encarcelamiento, ha muerto y lo que sigue es el duelo. Un duelo que las presas describen como "muerte en vida", un prolongado período de depresión, de apatía, de angustia y de rebeldía. ¨¿Cómo sobrellevar la pérdida y soportar la angustia de esta nueva realidad que ni siquiera logra constituirse como tal para la persona? Imperceptiblemente, se pondrán en funcionamiento mecanismos de defensa con el fin de procurarse alguna forma de auto-protección. Los más usuales son las negaciones: "no voy a pedir que me traigan ropa porque me voy en dos días"; las racionalizaciones: "esto es un error, se equivocaron de persona"; y las proyecciones: ¿qué hago yo acá rodeada de delincuentes?”.

Posteriormente describen las etapas del duelo por las que pasan las mujeres en reclusión ante el choque emocional

La primera reacción es la incredulidad. Posteriormente, sobreviene la agresividad, la rebeldía. La manipulación es lo que caracteriza a la tercera etapa, en la cual comienzan los intentos de negociación para conseguir la libertad, presionando a los allegados, a los abogados, etc. Luego, la depresión y, con ella, un sentimiento de culpabilidad, especialmente en relación a los hijos y a la familia, se apodera de las mujeres presas, que caen en la apatía, duermen todo el día o recurren a drogas. Finalmente, la aceptación es, por lo general, muy dificultosa para estas mujeres que en lo que observamos parecen recorrer repetidas veces las cuatro primeras etapas.” (sic).

Las personas que ingresan en un centro penitenciario se encontraran en un ambiente caracterizado por el aislamiento afectivo, la vigilancia permanente, la falta de intimidad, la rutina, las frustraciones reiteradas y una nueva escala de valores que entre otras cosas, condiciona unas relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y la agresividad. Estos someten al recluso a una sobrecarga emocional que facilitará la aparición de desajustes en su conducta en el mejor de los casos, cuando no la manifestación de comportamientos francamente patológicos, sobre todo si previamente ya había una personalidad desequilibrada, en el momento de la entrada en prisión (Arroyo y Ortega, 2009).

La entrada en la cárcel pone en marcha un proceso de adaptación al entorno penitenciario, que muchos autores llaman prisionización y que se divide en tres niveles de afectación, el primero consiste básicamente en un comportamiento regresivo, inmaduro, ansioso e inestable desde el punto de vista afectivo como respuesta a la entrada a una Institución Total como es la cárcel. En caso de fallo adaptativo, un segundo estadio daría paso a verdaderos desórdenes de conducta, fundamentalmente marcados por comportamientos agresivos, aparición de un deterioro afectivo depresivo o la presencia de episodios relacionados con trastornos de ansiedad en diferentes manifestaciones, bien somatizadoras, bien en forma de episodios ansiosos agudos. En un tercer nivel de este proceso de deterioro, aparecerá una patología mental severa, con brotes psicóticos, trastornos afectivos severos, reacciones vivenciales anormales o graves crisis de ansiedad e inadaptación a la prisión, lo que aconsejaría el ingreso hospitalario del recluso (Arroyo y Ortega, 2009).

En una intervención en el ámbito carcelario no se deben olvidar cuales son los efectos de la prisionización, los cuales son observable a distintos niveles (Del Rincón y Manzanares, 2004).

- Biológico: aumentos del instinto de ataque al no ser posible la huida, problemas para conciliar el sueño, problemas de privación sexual, sensoriales (visión, audición, gusto, olfato...).

- Psicológico: pérdida de la autoestima, deterioro de la imagen del mundo exterior debido a la vida monótona y minuciosamente reglada, acentuación de la ansiedad, la depresión, el conformismo, la indefensión aprendida, la dependencia,

- Social: contaminación criminal, alejamiento familiar, laboral, aprendizaje de pautas de supervivencia extremas (mentir, dar pena, etc.).